martes, 28 de octubre de 2008

QUIMERA; (pendiente de revisión, decidme algo, a ver que se puede mejorar)

>>ATENCIÓN: Leer éste párrafo DESPUÉS de la narración, ya que contiene información acerca del final de la historia.<<----Esta obra fue en principio una idea orientada hacia una obra de teatro en tres actos. Pese a que la narración contigua a esta breve introducción presente una línea temporal seguida, no fué así en un principio. En los primeros borradores de la obra de teatro, la primera escena del primer acto sucedía en la habitación de Eduardo una vez éste había matado a su hermana. En esa escena aparece el espectro, y Eduardo, el cual creía haber acabado con éste, monta en cólera. Entonces el espectro le revela la razón por la cual no ha desaparecido. En éste punto de pasa al segundo acto, que es en sí mismo un flaixback del primero. En éste tiene lugar el grueso de la trama finalizando con el asesinato de la hermana del protagonista. El tercer acto, que es, al igual que el primero, de una sola escena, consiste en el suicidio de Eduardo y la final desaparición del espectro. ¡¡Gracias por escucharme!! Disfrutad de la obra.
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Todo en la estancia era oscuridad, y en ella tan solo se distinguía la figura de un ser acurrucado en la esquina sobre la cama, apoyado contra la pared. Nada salvo sus enormes ojos abiertos, mirando la nada, viéndolo todo, escudriñando estáticos los recodos más escondidos de la estancia, delataban en la figura deforme la presencia de vida. El cuerpo a tientas se veía inerte. De entre las sombras distinguióse una más oscura que la simple ausencia de luz. Clavó en mí su mirada. -Servidor.- Sus ojos parecieron entonces salírsele de la cara. Empalideció su rostro, y su voz debió turbarse, mas no habló, no aún; aunque a pesar de ello decía más con su silencio que todas las lenguas del mundo, y todas las gargantas… Sutilmente incliné a la izquierda el cráneo, sin más que la costumbre, quizás un tic adquirido en que no reparo. Hizo él entonces ademán de retroceder, mas no podía, aunque deseaba atravesar la pared. Debió ver en mi gesto cortés uno amenazante, en mi infinita cordialidad un peligro. No lo pretendía… de hacerlo lo habría logrado, si, habría atravesado la pared.
Aunque a él ya lo iba conociendo, su hábitat y familiares me eran aún incógnitos ¡Que sorpresa al descubrirle una homónima al chico, hija de sus padres, nieta de sus abuelos! Y tan pequeñita y tierna, y tanto se le ve quererla… No pude sino morderme el labio inferior y derramar una lagrimita sentimental. A su alrededor una negra tarde de otoño se tornaba la más bella mañana primaveral y un racimo de fruta pasada un ramo de rosas rojas. Y qué de gestos protectores de su hermano mayor hacia ella, qué devoción… ¿Es mía la culpa? ¿No es un manjar exquisito servido en bandeja de plata? ¿Quién soy yo para decir que no a tan agradable sorpresa?
En el momento en que estaba yo plácidamente rememorando el gozo con que conocí la condición de mi chico como hermano mayor, entró en la habitación la culpable de ése estado y, con su faldita de pitiminí moviéndose graciosamente y sus dos coletitas. Al parecer esta deseaba que su hermanito la acompañara a algún lugar. Con un gesto de amable magnificencia, y gran educación, le transmití sin palabras al chico un amable “detrás de ti”.


No sabría ser exacto, pero largo tiempo hacía que atormentaba al pobre chico sin quererlo, lo juro. Tan solo disfrutaba de su compañía, aunque parecía el único deseador de ella.
El chico estaba verdaderamente degradado; sus mejillas sonrosadas eran ahora de un mármol blanco que hacía juego con su pelo de muerto en el que incluso se descubrían algunas canas. Su cabeza se balanceaba siempre al andar como un barco a la deriva zarandeado por un mar tempestuoso, y su garganta no producía sonidos desde el día en que me vio en su cuarto.
Empezaba a pensar que este cambio podía ser en parte por mi causa, aunque ello no me preocupaba. La verdad es que mi diversión pasaba por ese estado de semidesesperación con el que demostraría o no su valía. Era el plan justo que los dioses le habían preparado al chico ¿quién mejor que yo para llevarlo a cabo? Por eso nos encontrábamos ambos en esta situación, como podrían encontrarse otros dos cualesquiera que existan o no, según la percepción de cada cual, o su manera de ver.
Podría decirse que el chico era un elegido; la verdad más justa es decir que el elegido era yo, y él era sólo una pobre cobaya que había tenido la mala suerte de nacer. Oh, si, yo me divertía, me divertía ingentemente, pero todo ello pasaba por el cumplimiento de la misión que tenía asignada, claro que sí. Hubiera querido que ella no supusiera tan insufrible castigo para el chico, mas, ¿quién soy yo para decir qué es y qué no es justo? Todos en este mundo y en otros muchos debemos hacer lo que tenemos que hacer. Esta máxima es universal e inamovible.


La habitación, con las cortinas corridas y las persianas medio bajadas, se presentaba oscura en todo su contenido. Sobre el escritorio, desordenados, yacían varios papeles, algunos con lo que parecían estudios anatómicos de algo que parecía casi en su totalidad humano y otros con unos párrafos que no creí necesario leer. Al lado opuesto de la puerta, a la izquierda, una estantería de madera lacada en amarillo pálido repleta de libros, a la derecha, esquinada, una cama juvenil con las sábanas revueltas. Sobre ellas en posición prácticamente fetal el crío, balanceándose alante y atrás con la vista perdida, murmurando palabras indescifrables.
Entro en escena y su mirada se postra en mi semblante sereno, se encoje y tiembla. No muestro sentimiento alguno, al caso no tengo. Tampoco hablo, como no he hablado hasta ahora delante del chico. Le miro. Se encoje más. Reúne fuerzas y al fin produce el primer sonido en varios días.


El chico me ha hablado, me ha hablado y me ha preguntado el porqué. Me lo ha preguntado como si lo hubiera, dando por hecho que todo en ésta vida tiene un porqué. Estúpido chico, no hay porqués. No hay en el mundo razones, ni sinrazones, ni mentira, ni verdad. Somos –si, también yo- fruto del capricho aleatorio de algo que, a falta de otro nombre, llamamos destino. Tan solo una pieza en un ajedrez gigante cuyas piezas mueven seres más grandes, sabios y cerdos que nosotros. El pobre chico es un peón, yo poco lo disto, al caso debo ser un alfil, ¡qué importa?
La metáfora parece no haber convencido al chico en demasía, y le he dicho, -si, le he dicho- que no es eso lo que quiere saber, (porque ciertamente no lo era). Lo que él quería saber, lo que quería saber el chico, era simplemente la forma en que podía reemprender su vida de peón, su vida de falsedad, ficción, quimera. Su vida humana. Al principio he dudado, si... he vacilado tan solo un instante antes de responder, ¿sabéis?, porque no estaba del todo seguro de querer deshacerme tan rápidamente del chico. Pero, tanto como a los seres humanos, la curiosidad me puede. Quería saber qué es lo que haría el chico si le ponía una prueba de valor. En sí, la prueba contradice con su desenlace la razón misma de la prueba. Mi planteamiento es el siguiente: ¿Vale la pena una vida de sufrimiento? ¿Una muerte dulce? No quiero que caigan en falsedad mis palabras, así que las reproduciré fielmente. Rezaba así: “Si lo que quieres es deshacerte de mí, a la postre el ser que más odias, deberás deshacerte a la par del que más amas” ¿No es genial? Un dilema macabro, pensaréis. Pero así el equilibrio del universo no se verá roto por los experimentos banales de un alma en pena. Pues os narraré lo que a continuación aconteció...



El espectro observaba la escena desde una esquina en la estancia. Su rostro no mostraba emoción alguna, pudiera creerse de éste hecho de porcelana nacarada, fría como el hielo, disfrazando un alma amarga como hiel. El canario dormitaba balanceándose en el gracioso columpio instalado en su jaula. En los cristales de las ventanas se oía el repicar insistente de las gotas de lluvia que, furiosas, atacaban la fachada del edificio. El cielo estaba oscuro, la noche se abría paso promiscuamente en la tarde otoñal. Las calles desérticas presentaban un aspecto fantasmal, y las pocas almas que por ellas deambulaban penosamente no hubieran llegado jamás a imaginar el crimen feroz que cerca de ellos, de sus casas, sus trabajos, sus vidas y seres queridos acababa de acontecer. En el comedor del sexto piso del edificio cuarenta y nueve un chiquillo que a penas si había empezado a vivir lloraba desconsoladamente sobre el ensangrentado cadáver de su hermana muerta. El suelo estaba lleno de sangre, así como el cuerpo todo de la chica. El cuello de ésta, retorcido hacia atrás, dejaba tambaleante su cabeza, tiesto de espigas doradas balanceándose suavemente como con una suave brisa de verano. El chico la apretaba fuertemente contra su pecho, balbuceando en sollozos, respirando entrecortadamente. Largo rato permaneció en esta postura, desconsolado, roto. Al pasar este, se serenó solo un poco y cerró delicadamente los párpados de la chica, ocultando sus ojos perdidos, inexpresivos e inyectados en sangre. Alzó entonces la vista tan solo lo suficiente para advertir la figura que se alzaba ante él. El chico palideció. La pena se tornó cólera, la rabia ira, se levantó de repente, fuera de sí clamó:
-¡Cerdo! ¡Alma oscura del infierno, habla, no te burles de mí!- Alcé una ceja ¿Se refería a mí? El chico lloraba de rabia. -¿Qué haces aún aquí, he hecho lo que querías, vete ahora?
-¿Es a mí?- Pregunté.
-¡A ti, a ti, alma infecta. Dios miserable de la desesperación! ¿Qué haces aún aquí?
-¿Que hace que tuviera que abandonar tu posada? ¿Has cumplido acaso mi exigencia, mi requisito?
-¿No lo ves, bestia inmunda? La sangre de mi crimen es el pago pactado por mi libertad.
El chico alzó las manos par mostrarme la sangre como prueba. Al parecer no había entendido nada... Me apiadé de él, así que, pausadamente para asegurarme de que ésta vez lo entendía del todo, me dispuse a sacar al chico de su error.
-Crees que debo aceptar tu prenda, pero, ¿Por qué lo crees?
Nervioso y desconcertado el chico respondió.
-Lo que pediste lo he hecho. Querías una muerte, querías la muerte del ser más querido para mí, aquí te lo entrego en pago por mi liberación...
-Tú lo has dicho, chico. La liberación la pretendías para ti mismo. Para ti tan solo, confundido niño. ¿Cómo alguien da una vida por una vida menor, por una vida que a la postre vale menos para ese alguien? ¿Cómo una madre da la vida de su retoño por salvar la de su homónimo? No lo hace. Antes daría la suya propia, porque ama más la vida de su hijo que la de ella. Tú, estúpido niño, has sobrevalorado tu amor hacia los demás. Te diré un secreto, chico: Nadie se quiere sino a sí mismo en primer lugar, así estamos hechos así somos. Y lo demás... es mentira.


Había dejado de llover, y la noche presentaba un hermoso cielo claro y despejado en el que se distinguían todas y cada una de las estrellas. Se escuchaba el susurrar del aire por entre las marchitas flores y las hojas secas de los árboles que, como cada otoño, regalaban estos a los vientos. Las calles dormían, y las pocas personas que deambulaban por ellas no hubieran imaginado jamás la tragedia que cerca de cerca de ellos, de sus casas, sus trabajos, sus vidas y seres queridos acababa de acontecer.

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